Del humanismo sin oyentes a la maldición sin líderes
Bajo capa de recopilación, el libro “Chile: los dilemas de una crisis”, de Luis Riveros Cornejo -ex rector de mi Universidad de Chile y ex Gran Maestro de la Masonería- contiene un balance apabullante de aquello que no atinamos a evitar en los diez últimos años. Es un seguimiento, con datos duros, de lo que antes temíamos y ahora estamos sufriendo.
“Es importantísimo que los primeros discursos que un niño oiga sean a propósito para conducir a la virtud”. Platón
Prólogo para una lectura
Un mediodía de agosto de 2002, Julio César Rodríguez y Mirko Macari, entonces jóvenes periodistas, fueron a mi oficina de la Facultad de Derecho para engancharme como columnista de La Nación Domingo. Era un proyecto en desarrollo, que pretendía chasconear el vetusta diario oficialista y me querían como experto internacional. Sin embargo, un reciente libro mío –“Chile, un caso de subdesarrollo exitoso”-, les había ampliado la propuesta, pues era sobre política interna y -cito a Mirko- “escrito de la manera más políticamente incorrecta posible, para explicar por qué no podemos despegar del Tercer Mundo”. Ambos lo decodificaron como una ratificación por reversa del pronóstico de Aníbal Pinto, según el cual Chile era “un caso de desarrollo frustrado”. Recuerdo el episodio pues, veinte años, después leo: “Chile: los dilemas de una crisis”, libro de Luis Riveros Cornejo, ex rector de mi Universidad de Chile y ex Gran Maestro de la Masonería. Bajo capa de recopilación, contiene no ya otro pronóstico, sino un balance apabullante de aquello que no atinamos a evitar en los diez últimos años. Es un seguimiento, con datos duros, de lo que antes temíamos y ahora estamos sufriendo.
Amarga vita
¡Que te toque vivir tiempos interesantes!
Así reza una maldición -dicen que china-, complementaria del lamento del Galileo Galilei imaginado por Bertolt Brecht: “Ay del país que necesita héroes”
Hoy los chilenos vivimos tiempos más que interesantes y ni siquiera hay que explicarlo, pues sus síntomas están a flor de piel. Quizás la situación más gráfica sea la de quienes antes soñaban con la casa y el auto propios y ahora sufren la pesadilla del portonazo.
Por añadidura, la pregunta recurrente es: ¿dónde está el Estado en forma y de derecho del que antes nos ufanábamos? La mala noticia es que se trata de una pregunta retórica. Todos sabemos que no está. Y, peor aún, los héroes no asoman.
En este contexto, el libro de Luis Riveros es un condensado cronológico de esa peripecia amarga. Sus casi doscientas páginas contienen columnas, conferencias y ensayos de la última década, que fueron mostrando el tránsito desde los diagnósticos precoces hasta el enjambre de crisis en que estamos. Con su talante de humanista laico, independiente y universitario, el autor había alertado sobre cada uno de nuestros déficit. Incluso había planteado la necesidad de una refundación democrática de la República.
Para muestra, selecciono y refraseo diez de sus advertencias fundadas:
- Los déficit de la educación nacional están en el límite, en todos sus niveles.
- Los partidos políticos sobreviven en estado de repudio.
- El gobierno no está gobernando.
- La democracia está enferma.
- La república está moribunda.
- Los estallidos se encadenan.
- Hay una nueva guerra de Arauco.
- Hace falta un “gobierno de unidad nacional”.
- El rol salvífico de una nueva Constitución es ilusorio.
- Surge el peligro de un poder dual destituyente.
Leídas aisladamente, en su momento de emisión, los dirigentes políticos del sistema las decodificaron como el alarmismo sin causa de Pedrito y el lobo. Pero, leídas hoy, en bloque, demuestran que no supieron leer la realidad y que los políticos antisistema las leyeron con su sesgo.
La explicación más plausible es que los primeros no tuvieron intelectuales militantes que se las explicaran y los segundos recurrieron a la tesis histórica de sus “intelectuales orgánicos”. Esa según la cual “tanto peor (para el sistema), tanto mejor (para nosotros)”.
El opio de los políticos
Aunque no sea consuelo de inteligentes, este mundo de Mad Max, con pandemia incluida, es el mal de muchos. Afecta a demasiados países con estructura democrática y parece vincularse con esa mala lectura del fin de la guerra fría que hizo Francis Fukuyama. Con la coartada del “fin de la Historia” políticos de mando largo pero seso corto creyeron que con el socialismo real fuera de juego podían pasar del estado de alistamiento al estado de disfrute del poder.
Para esos políticos ya no era necesario cortarse las venas para defender la democracia, mejorar la enseñanza para proyectarla y ejercer la austeridad para representarla. A nivel de la superpotencia hemisférica, ello explica por qué un político intelectual e incluido, como Barack Obama, fue reemplazado por un golpista bárbaro y excluyente como Donald Trump.
En Chile, el bioequivalente político empezó como una querella -más bien básica- entre los autocomplacientes y autoflagelantes de la Concertación y está culminando con una cascada de efectos interrelacionados. Entre ellos, el ocaso de los líderes / la intolerancia del poder sin ideas / la hegemonía de los operadores sin doctrina / los juegos de tronos supeditando los proyectos-país / el imperio del clientelismo raso / la postergación de los jóvenes militantes bien dotados / el olvido de la excelencia en la administración del Estado / el empoderamiento de los “revoltosos” / el desborde del Estado y … el temible fantasma del vacío de poder.
Por eso, la opinión pública sobre los políticos es la que consigna este libro de Riveros y ratifican todas las encuestas: dejaron de ser representativos de sectores sociales distinguibles y mutaron en una clase en sí, con intereses comunes de sobrevivencia. Esto, con el agravante del altísimo costo para el erario de sus cada vez más discutibles servicios. Nada que ver con el concepto histórico de la “dieta” austera.
Todo lo cual explica que, con una manada de lobos a la vista, nuestros políticos fingieran ignorarla, trataran de minimizarla o terminaran endosándola al alarmismo de los intelectuales. Se autoaplicaron, así, un viejo aforismo sobre el poder: “Si alguien te dice la verdad, regálale un caballo para que pueda huir”.
Mis 7 conclusiones
1.- Este libro demuestra que el clivaje derechas-izquierdas hace rato dejó de ser lo que era. Está siendo desplazado por el de quienes siguen valorando la democracia representativa, con distintas propuestas de reforma, y quienes creen que se trata de un sistema obsoleto, con distintas propuestas de revolución.
2.- Desde esa mirada, es la historia de cómo, ante la falta de adversario o enemigo estratégico global, los dirigentes de partidos políticos sistémicos se volcaron a la administración de lo vigente. Por imprevista añadidura, la caducidad de las ideologías totales se fundió con la deserción militante de sus intelectuales solventes.
3.- De manera tácita, esto obliga a adjetivar la relación partidos-democracia. Para ese efecto, el lector puede desclasificar el siguiente silogismo: La democracia necesita buenos partidos políticos / Los buenos partidos necesitan intelectuales genuinos / sin buenos intelectuales la representatividad es un rito sin contenido.
4.- Como contracara de lo anterior está la narrativa de un empoderamiento anunciado: el de quienes quieren rehacer nuestra historia, arrinconar la cultura del libre debate, implantar un sistema innominado y terminar con la identidad de Chile como actor nacional unificado
5.- En el trance vigente, el humanismo democrático ratifica que la educación nacional no puede delegarse en Google, las redes sociales ni en los periodistas predicadores. Habría que escuchar más a los académicos independientes y recordar que, en mejores tiempos, las universidades eran centros de reflexión y propuesta a la sociedad.
6.- Las advertencias del libro están confirmadas con el doble sinceramiento de los actores antisistémicos de talante violento. Para éstos, “el estallido” del 18-O fue una “revuelta” y esa revuelta es la base de la nueva Constitución en trámite.
7.- Quienes conocen la soledad del escritor chileno de fondo y medio fondo, descubrirán aquí la soledad de los columnistas que tratan de razonar con sus lectores, en los pocos segundos que dura una carrera corta.
Volviendo al prólogo
El “subdesarrollo exitoso” a que aludí en mi libro de 2002 se exteriorizaba en el orgullo pueril de ser los mejores en América Latina, en la autoadmiración por nuestra corrupción pequeña (léase, inferior a la de otros países) y en el pobre papel asignado a escritores y artistas.
Hoy está claro que aquello configuraba una relación inversa con la cultura del humanismo, laico o cristiano, base necesaria del desarrollo integral. Si antes era la quinta rueda del coche, con autofinanciamiento obligado, hoy su debilidad explica la fuerza de los otros.
Por eso, la cadena de advertencias de Luis Riveros no equivale al frustrante “yo lo dije” de los egoadictos. Es una convocatoria para defender causas que antes parecían evidentes, como el libre debate democrático, la participación informada de los ciudadanos y la solidaridad en la equidad social.
Desde esa perspectiva empalma con un sabio aforismo antifatalista, que aprendí en mis andanzas por el Medio Oriente: “Si estamos ante un callejón sin salida / la única salida está en el callejón”.