“No perecible”, lo inesperado de lo cotidiano en los cuentos de Lorena Ladrón de Guevara

Por José Miguel Ruiz, escritor y crítico literario.

Once son los relatos que componen este breve volumen (Editorial Forja, 2019). Lorena Ladrón de Guevara, mientras era estudiante del Liceo 1 “Javiera Carrera”, comenzó a escribir en el taller literario dirigido por la profesora María Eugenia Lorenzini; más adelante, ya finalizada la etapa escolar, participó en talleres con los escritores Guido Eytel (narrador y poeta fallecido en diciembre del año pasado) y Andrea Maturana. Algunos de los cuentos de “No perecible” forman parte de aquellos trabajos con esos maestros, textos recuperados, revisitados y recreados. Esto contextualiza a esta narradora que publica su ópera prima.

Cuando se ha terminado un libro, el lector puede preguntarse qué recuerda cordialmente con más fuerza, cuál de los relatos leídos le ha impactado más, qué escena o situación ha quedado más patente cuando ya se han cerrado las páginas. En lo personal, anécdotas varias de estos relatos, pero de la totalidad, la mirada sobre el hecho significativo; la fuerza y fluidez narrativa; el lenguaje, claro, conducente a una situación que nos será sorpresiva; el final siempre nuevo; la anécdota que en un giro inesperado adquiere su total sentido; en fin, el cierre perfecto del círculo.

En “No perecible”, por ejemplo, se relata la historia de doña Jovita, dueña de un modesto negocio de barrio, quien se entretiene viendo teleseries, y su mundo es ese: la ficción televisiva, los personajes de la pantalla, lo que ocurre también con sus hijos, especialmente con su hija a la que acompaña por un asunto serio al consultorio y con su esposo, aficionado al alcohol. Hechos cotidianos. No hay mucho más, pero el subtexto es potente: se retratan esas vidas mínimas, de la “cultura de la evasión”, aquella en que transcurre la existencia de gran parte de la historia humana. La autora sabe descubrir en esos episodios, el flanco nuevo, para extraer de allí lo que hace interesante la lectura.

En el cuento “Música añeja”, narrado en primera persona, la protagonista encuentra una billetera cuando se inclina para anudarse los cordones de los zapatos, mientras espera que cambie la luz del semáforo para cruzar la calle; seguro que esa sería de una anciana de aspecto distinguido que pasó por allí y despareció. No puede hacer mucho por buscar a la mujer ahora, debe llegar al banco que está por cerrarse, toma la billetera, después entre sus dudas si había hecho bien o no con recogerla, hurga en la billetera y solo encuentra pertenencias de poca monta, un calendario de una tienda comercial, la receta de un postre recortada de una revista, una estampa de Sor Teresita, y tres mil pesos (en cualquier tiempo, equivalente a una mínima suma), y hay también una tarjeta con una dirección ofreciendo clases de piano.

Sin embargo la escasez, hay algo en esa billetera que dice de una clase aristocrática “venida a menos”. Llega a la dirección, allí la recibe una empleada que la anuncia a la “señora”. Esta es la mujer distinguida que había visto y esta le produce una gran impresión, como la antigua casa, aún señorial; la impresiona la mujer, su aura de dignidad, y le dice que viene por las clases de piano…, solo después le comenta que también a devolverle la billetera encontrada en la calle; y así se inician las clases de esta manera casi fortuita; la anciana ve en su nueva y quizás única discípula a una confidente y también una ayuda cierta a su menguada economía, y hay en la casa un retrato que le llama la atención a la protagonista, el de un hombre joven, un galán, parecido a Gardel, es el marido muerto de esta viuda empobrecida. Lo que sigue ya es del lector…

Más allá de la anécdota misma, la autora capta el lado poético, profundamente humano que hay en muchas situaciones cotidianas. He ahí parte del valor de esta novel escritora: captar, ver lo justo y poético del mundo, expresarlo de modo que la anécdota se transforma en imágenes, momentos, en hechos sugerentes que son reveladores de la complejidad humana. Como un buen fotógrafo, dar con el ángulo justo. Presentar lo inesperado de lo cotidiano. Lo demás, es lo que puede producir en el lector sensible al mundo de la literatura.